1. Abrí los ojos, vi un cielo estrellado con luna llena. Vi gotas de lluvia que caían en mi cara. Vi miles de motas de polvo flotar y brillar a mí alrededor cuales luciérnagas que revolotean a lo lejos cuando estás llegando al campo, como si fueran las luces de un diciembre en Medellín. Vi también, virando la mirada hacia mí estómago donde reposaban mis brazos y mis manos, que tenía firmemente empuñada una escopeta. No sé por qué tenía un arma de fuego en mis manos, que recuerde tampoco nunca en mi vida había disparado una. Pero olía a pólvora. Mi brillante deducción fue que antes de ese instante disparé, atiné el disparo y maté a alguien, ¿a quién? No lo sé.
2. No sé cómo llegué allí. Pero ahí estaba acostado al lado de una lápida, en un cementerio. Todos los cementerios resultan siniestros según el punto del que se mire. En mi punto de vista, todo siempre tiende a tornarse patético, miserable, deplorable, nostálgico, triste, siniestro. De niño lloraba, pataleaba, me aferraba con fuerza a las patas de las camas cada vez que mi familia me obligaba a ir con ella al funeral de alguien. No entendía el por qué tenía que acompañarlos. Resultaba angustioso el olor de las coronas de flores, que todo fuera de color gris, ver paredes llenas de huecos o tapadas con insignias de personas que dejaron de existir tiempo atrás, poner cara de triste, vestirme con traje negro y darle el queridísimo pésame a personas que nunca había visto en mi vida, o que si las vi, de ellas sólo recordaba con abominación el hecho de que con sus manos apretaran mis mejillas diciéndome “Este niño sí que ha crecido”. De grande ya los cementerios me empezaron a disgustar menos. No sé, creo que es porque los asocio con museos. Los museos son habitaciones grandes que contienen la ruina y la grandeza de la humidad; polvo que si no se limpia regresa una y otra vez, una y otra vez.
3. Oí un ruido y de ese lugar, al lado de esa lápida, me levanté. Sonreí sin saber muy bien por qué. Suelo sonreír sin motivo, tanto sonrío que suelen pensar que la estoy pasando de maravilla, que nunca me quejo por nada, que soy la persona más feliz del planeta. En fin, así es la gente, siempre con impresiones y veredictos errados. Dejé la escopeta a un lado. Me toqué los bolsillos de mi pantalón en busca de cigarrillos. Pero no tenía cigarrillos. De nuevo oí ese ruido. Esa segunda vez identifiqué el ruido, era una voz proveniente de no sé dónde que me decía “Agarra la escopeta y termina tu trabajo, no fracases como ya lo hiciste en tu primer intento, no tenemos toda la noche.”, “¿Qué?”, pregunté. “¡Dispara!” me volvió a decir la voz. Cerré los ojos y de repente el viento golpeaba fuerte mi cara. Abrí los ojos. Un carro pasó por mi lado, casi me atropella. Yo estaba caminando por el medio de una calle, llevaba la escopeta en una de mis manos. El carro frenó unos metros más allá de mí y el chofer asomó su cabeza por la ventanilla, me gritó “¡Para algo inventaron las aceras bobo hijueputa!, ¡Casi te atropello maricón!”. Pensé “Yo siendo vos gran güevón, me cuidaría de gritarle a un psicópata con una escopeta en la mano que lleva toda la hijueputa noche matando gente”, uno tiene la costumbre de pensar muchas cosas que jamás dirá. Cosas que aunque intentes decirlas serán interrumpidas.
Luego de lo del tipo del carro llegó la policía: “De rodillas en el piso y coloque los brazos en la cabeza, rápido. Tiene el derecho a quedarse callado, cualquier palabra podrá ser usada en su contra.”
4. - Eres el elegido.- de nuevo me dijo la voz.
- ¿Por qué? ¿Elegido para qué?... ¿y si me niego a hacerlo? – pregunté.
- Es tu decisión. “Ser o no ser”.- dijo la voz.
- Ya he escuchado eso tantas veces. – Dije.- “Esta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ellas, acabarlas”.
- Tienes razón, eso ya lo hemos escuchado muchas veces: “morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne.”
- “Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar.”
- Quizá soñar, quizá soñar.
- “Aquí está el tropiezo, tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hayamos desenredado de este embrollo mortal.”
- “Ésa es la consideración que da tan larga vida a la calamidad.”
- Siempre te lo van a querer impedir, por eso estás encerrado, por eso llegó la policía. No quieren que cumplas tu misión. “Ser o no ser”, y aún así eres el elegido. No tienes tiempo para esto.
- ¿Por qué quieren impedir que cumpla mi misión?, ¿Cuál misión?
- En el cementerio culminaba todo, y aquí estás ¿no te das cuenta?
- Se me antoja una cerveza bien helada.
5. Tyron Muñetón en: Y ahora, la trágica historia que no fue
– De nuevo estamos en las mismas. – dijo mi compañero.
- Estás en lo cierto.- dije.
- Aunque déjame contarte algo. – dijo mi compañero.
- Cuéntame.- dije.
- Iba caminando yo por una de las calles del metro cuando, en el medio de dos columnas, veo a una mujer de unos qué, hmmm, 23 años. Era bastante bonita, de piel blanca, de pelo negro, flaca, más o menos de mi altura, y estaba vestida con una camiseta blanca, una minifalda negra y unas botas de cuero. Muy gracioso, la mujer se tapaba las orejas con las manos y tenía una expresión como de, de… de zozobra. Eso es, de zozobra. – dijo.
- ¿Y cómo es una expresión de zozobra? – le pregunté.
- Así. – hizo la expresión. Me quedé con la boca abierta.
- Nunca había visto en mi vida una expresión que me hiciera sentir tanta lástima por alguien, creo que tu expresión de zozobra es perfecta. – dije.
- Yo también lo creo. Pero bueno, sigo con lo que te estaba contando.
- Por favor.
- Entonces la mujer todavía con las manos en las orejas gritó “¡Hijueputa!”, y bueno, pasé por su lado y no pude evitar mirarla a los ojos, aunque ella ni se dio por enterada.
- ¿Y qué hiciste?
- Nada. Seguí mi camino. No obstante, cuando yo ya llevaba unos metros de distancia lejos de ella, ella me empezó a seguir como por inercia, o qué sé yo.
- Hmmm, eso me suena conocido, me suena cómo a la escena de una película, ¿El último tango en Paris?
- Ya, me pillaste. Que interesante que es mi vida, ¿no?