1. En una noche nada particular,
la computadora estaba encendida, también la TV, llovía como casi siempre y se
respiraba ese tedio de llevar días sin salir de casa.
Me fumaba un cigarrillo en
la ventana cuando sonó el teléfono.
- ¿Aló? - Contesté
- Te estás comiendo las
uñas. – me dijo la voz de una mujer al otro lado de la línea.
- ¿Me estoy comiendo las
uñas? – pregunté inmediatamente después de mirarme las uñas. No me las estaba
comiendo.
- Sí, te las comes. - su
voz era suavecita, casi como la de una niña.
- Es tu imaginación.
- No. No tienes por qué negarlo.
Sé cuando alguien se come las uñas, su voz es gruesa y enredada como la tuya en
este momento. – se rió. Su risa era algo aguda, un poco contagiosa.
Sonreí.
- No me las como, para eso
fumo. Tengo voz de fumador. – Le dije.-
¿Con quién hablo?
Dicho esto: la llamada se
cortó.
Me quedé un rato largo con
el teléfono pegado a la oreja, oyendo ese fastidioso “tuuuuuuuu”, preguntándome
quién pudo ser esa mujer, si se equivocó de número, si en verdad la llamada era
para mí, de si en realidad la llamada se cortó o la mujer colgó con intención.
El cigarrillo se consumió
en mis dedos.
2. Miré el identificador
de llamadas, la llamada fue hecha desde un teléfono celular. Por cuestiones
económicas no iba a devolver aquella llamada. Me despreocupé del asunto y puse
música acorde para esa noche: música para ignorar mientras intentaba dormirme.
Llevaba días sin pegar un ojo. Muchas noches sin soñar, y me estaba haciendo
falta.
Considerable realidad
junta no es buena.
De nuevo sonó el teléfono.
De nuevo sonó el teléfono.
- Veo en el identificador de
llamadas que eres tú otra vez.- contesté casi sin tener la bocina cerca de mi
boca. – Creo que estás equivocada de número.
- Eres mi basurita en el
ojo, que ardor tú. Eres mi piedrita en el zapato, renga me tienes. Eres el
mosquito que zumba en mis noches, de insomnio me matas. Y así. – Dice ella dulcemente.-
Tenía que decírtelo, lo siento.
- Estás equivocada
conmigo, no soy ese al que llamas.
- Por ahora no es más. – colgó.
- Por ahora no es más. – colgó.
Me acosté en la cama con
la bocina aún sin colgar en el pecho.
Miré el techo.
3. Estaba dormido cuando
sonó varias veces el timbre de la puerta de la casa. Abrí los ojos y en mi
pecho seguía la bocina del teléfono sin colgar, se oía ese “tuuuuuuuuu”. Colgué,
miré el reloj que siempre ha estado en la mesita de noche al lado de mi cama y
eran las 11:30. Me levanté y, como vivo en un tercer piso, caminé hasta la
ventana. Ya no llovía y salvo por un gato blanco con rayas amarillas que
caminaba sigilosamente por la acera del frente, la calle estaba desierta. Le
resté importancia al hecho, los niños del barrio suelen salir a esa hora a
jugar Ring ring corre corre; así como yo lo hacía en mi infancia. Me gustaba
mucho ese juego hasta que una vez, en el momento de salir corriendo, me atajó cruelmente
el cable de un poste, me dejó sin aire por unos minutos. Minutos eternos en mi
vida y ese.
En ese instante, como las
veces anteriores, repiqueteó el teléfono.
- ¿Con quién hablabas
tanto? Te he estado llamando– preguntó la mujer.
- Con nadie, tenía el
teléfono descolgado. – le dije.
- Adivina qué.
- ¿Qué adivino?
- No tengo ropa interior,
y hace frío.
- Oye, ¿estás segura que
no estás equivocada de teléfono?
- Estoy segura, fui yo la
que tocó el timbre de tu puerta.
- ¿Qué? - pregunté
sorprendido.
Casi gagueando.
- Toqué el timbre y corrí
mucho como en mi infancia, como en la tuya.- Dijo ella.- Ahora, de tanto correr
sin mirar el piso, uno de mis pies está atascado en una alcantarilla, las ratas
con sus dientecitos afilados saltan y lo quieren morder, ¿me ayudas a
desatascarlo? Tengo miedo de pescar alguna fiebre de esas mortales.
- Boba.
- No llevo ropa interior,
como ya te lo dije, y tengo una falda: estoy sentada contra el pavimento mojado
y hace mucho frío.
- Demasiada boba.
- ¿Vienes? Dime que sí. Quisiera hablar contigo
personalmente.
4. Me dijo que estaba en
el parque que queda cerca de mi casa, a unas tres cuadras, que le llevara café y
unas galletas, que iba a estar bailando y que por eso necesitaba música, pero
que esa música era mi voz, que por favor en el momento de llegar ante ella
cantara algo melancólico y alegre.
- Ven, en serio, ven, por
favor.- suplicó.
Por temor a que fuera una
broma, o quizás porque suelo enamorarme de ese tipo de locas y luego las cosas
se ponen complicadas, o porque me dio pereza de salir, ya que no me había
bañado, y bueno: no fui.
Me acosté en la cama, le
subí volumen a la música para ignorar.
Me dormí.
Soñé con la mañana que
dentro de unas horas iba a comenzar.
5. En una mañana nada particular,
la computadora estaba encendida, también la TV, llovía como casi siempre y se
respiraba ese tedio de llevar días sin salir de casa.
Me fumaba un cigarrillo en
la ventana y la miraba a ella. Una chica medio loca, de voz dulce, desnuda,
dormida y acostada en mi cama.
- Buenos días.- le
susurré.