5. ¿Oiga, y usted que quiere ser cuando sea grande? Preguntaba un adulto convencido que para esa edad, ocho o nueve años, ya uno estaba pensando en tirar todos sus juguetes a la basura para trazar un arduo plan de vida “voy a ser ingeniero, me voy a casar, voy a comprar una casa, un carro, una TV de treinta pulgadas y todas las tardes de los sábados, con mis dos hijos, Mayerly y Alexander, vamos a ver plaza sésamo mientras mi linda esposa, Natalia – así se llamaba la vecinita-, nos prepara la merienda. Los domingos tomaremos largos paseos y comeremos algodón de azúcar…”. Como normalmente no era así, para esa instancia apenas si sabíamos que era un ingeniero, con toda la inocencia del mundo, no concientes de que estábamos contaminados por tanta TV y tanto “valor” basura infundado en la escuela, respondíamos: “Quiero ser Bombero, Médico – era muy raro el que quisiera ser Enfermero -, Policía o Presidente”. Y ¿Quién quiere ser ahora Bombero, Médico, Enfermero, Policía o Presidente? Con seguridad ninguno de mis amigos, ni yo. Espero con esmero el día que un niño, de ocho o nueve años, me diga “Yo quiero que me conecten un tubo a las venas por el cual me lleguen litros y litros de licor, me saquen el estomago para no tener que comer y dejen que las nenas vengan a mi, no espero más de la vida”. Evidentemente ese niño ya sabría lo que es la decepción, y por lo tanto lo que le fuera que le viniera encima le importaría un soberano huevo.
4. Desde la escuela siempre fui el mejor dibujante de la clase. Mis compañeros me pagaban por hacer su tarea de estética, las carteleras para alguna exposición, algún dibujo obsceno dirigido a un profesor o simplemente para dibujar la fotografía de alguna novia llamada Yenny Paola o Deisy Jhoana. En mitad de décimo grado, abrumado por mi éxito como dibujante, me dije a mi mismo “cuando salga de este mísero hueco de colegio voy a estudiar Diseño grafico” y tal fue mi esmero que cuando, un año y medio después, me presenté al examen de admisión en la UPB - Universidad Pontificia Bolivariana- no pasé ni a la segunda ronda donde supuestamente todos pasan. Indignado por mi fracaso e influenciado por causas externas, que no mencionare, opté por dejar el dibujo a un lado y, con mucha decepción por parte de mi madre, escogí el teatro. Craso error, el teatro y los teatreros son una realísima mierda.
3. A los dieciocho años, medio año después de salir del colegio y embadurnado de mucho teatro del cual todavía era un aprendiz – ayudaba en la puesta de luces en una obra del teatro Imagineros- , presenté el examen de admisión para Artes plásticas en la UN (Universidad Nacional) y en la U de A (Universidad de Antioquia). En ambas pasé y me quedé con la primera, la segunda siempre tuvo fama de mala. Con mucha expectativa de mi parte porque por fin mis dotes de dibujante iban a ir más allá, llegué muy ansioso a mi primera clase de dibujo. El profesor era un artista reconocido llamado Javier Restrepo y lo que no sabíamos mis compañeros y yo, es que ese señor dos años antes se había caído de un quinto piso y desde eso estaba chiflado. Como el “arte verdadero” procede de la desesperación, y lo más importante es hacerte a ti y a quienes te rodean lo más desgraciados posible, la clase fue un cerrar y abrir de ojos y de bocas. Unos “Uuuuuuas” y “Aaaaay” iban y venían entre miradas incomodas y silencios absurdos mientras este señor empalaba caballetes en las paredes –suena imposible, pero ese señor lo hacia-, quebraba pinceles entre las rodillas, tiraba piedras por la ventana, rasgaba pinturas con los dientes, tenia convulsiones epilépticas y de repente paraba a tomarse un café; y todo sin dirigirnos ni siquiera un saludo. Sobra decir que así fue el resto de sus clases hasta que un semestre después este señor se jubiló.
Cuatro semestres después, luego de una clase muy mala de bimensional IV – pintura IV-, con todo mi desengaño por el arte y no deseando volver a dibujar ni pintar nunca más, iba camino al teatro Imagineros cuando en mitad del camino pensé: “definitivamente esto no es lo mió, el arte como en su mejor estilo de arte povera, es una basura.”. Nunca más quise volver a saber sobre teatro ni performances, ni nada parecido.
2. El paso siguiente de graduarme con honores de la UN con un cortometraje que se llamó Puta vida! fue el de estudiar cine, y como en Colombia esa carrera no sirve para nada y nunca me llamaron la atención países como Estados Unidos o España, etc., elegí estudiar en Argentina. El viaje lo preparé con un año y medio de antelación en el cual prácticamente no hice nada, salvo el cortometraje que realicé junto a mi amigo Luís titulado Todo se va a acabar, y tratar de repudiar los nervios que aumentaban con la cercanía del viaje. Ya instalado en Argentina me di cuenta que los nervios no eran tan mal infundados porque es que eso de vivir solo en otro país, con otra gente, con costumbres distintas y prácticamente - aunque allá se habla Castellano- con otro idioma, no es fácil de sobrellevar.
Los primeros días no sabía como hablar, siempre era cuidadoso en lo que decía para no herir susceptibilidades con palabras que allá tienen otro sentido al que aparece en el diccionario. Hablaba lento porque se supone que los Colombianos hablamos muy rápido, aunque en realidad son ellos los que hablan rápido. Trataba de hablar bajito cuando estaba prendo (puesto) –sobrio hablo bajito, gagueo y no se me entiende- porque se supone que los Colombianos gritamos al hablar, en realidad son ellos los que gritan – sobretodo las mujeres-, y en fin, para evitar incomodidades prefería andar solo y no hablar con nadie. Cuando tuve amigos –los mismísimos que ya en otras ocasiones he nombrado, Andrés, Gabi, Pía, Gastón, etc.- la cosa pintó de otra manera. Todo se hizo de color rosa, empezaron las borracheras graciosas, las borracheras heavies, las borracheras llorosas, las borracheras nostálgicas, y etc.
Pero no todo era bueno, la escuela de cine donde estaba estudiando estaba infestada de pendejos de dieciséis años creyéndose que se las sabían todas cuando sólo habían visto en su miserable vida películas mediocres como Réquiem por un sueño o Amores Perros. Estaba plagada de profesores mediocres, pedantes y patéticos que no daban clase si no que nos dormían; el mayor ejemplo es ese adefesio de profesor de historia del cine que ni me acuerdo como se llama –siquiera-. Y bueno, para resumir este punto que ya está muy largo, me cambié de escuela de cine –que esta si era buena-, pero ya el animo no era el mismo. Así que con mucho dolor en el alma me retiré, me volví a Colombia y aquí estoy dizque trabajando como guionista de cine.
1. El gremio del cine es una piltrafa, un abuso, una cagada, el zurullo más grande que la taza de un inodoro jamás vio en su vida de ver defecaciones, algo que no se lo deseo a mi peor enemigo, una gonorrea, una hijueputada. Pero que bueno que es ver películas.
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1 comentario:
Bueno, nunca me voy a meter en la industria del cine ni voy a intentar dibujar...
En unos años comento la decepción de estudiar Comunicación.
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