Manchas de sangre seca, de fluidos pueriles y de los otros, de sudor y, un poco, muy poco de café, cerveza y whisky y ron y aguardiente y pólvora y grasa de cerdo y tizne de los globos y…, eran lo único que contenía, en el dorso, aquella postal que nos llegó aquel enero en el que estábamos de vacaciones, añorando una playa distante que no se nos daba. Jugamos al papel de investigadores y estás fueron nuestras conclusiones: el color, la textura y lo viscoso de las manchas de la postal eran un veredicto apremiante, un dictamen irrebatible: el maldito, el del título del top bonus track, estaba agonizando, pero fuera como fuera estaba borracho; ¿preguntarle a un experto de cartas, notas y esas cosas, uno de esos que por aquí no investigan nada porque son tan honrados como que el agua es solida, para qué? En resumen, no valía la pena tomarse la molestia. Ya nada era como antes, poco a poco pasaron meses, años y centenas y fuimos perdiendo el interés. Ya no hacía parte de nuestras vidas, ya no lo evocábamos en recuerdos de esos, vagos, que llegan en un momento inesperado. Así que la cosa quedó tal cual, como si no nos hubiera llegado esa dichosa postal; más sin embargo:
- ¿Recuerdas que Diciembre era genial? – pregunta, hoy, uno de nosotros.
- Recuerdo que lo recordaba genial, pero ya no lo recuerdo así.- responde el amigo que está a mi lado.
- Sí, era genial.- digo. En el fondo de todo, yo sé que hablar de estas cosas nos parecen tonterías.
La Postal:
2 comentarios:
tam chévere
en serio?
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