Un olor grotesco, nauseabundo, putrefacto, imponente, levantando moscas, atrayendo cucarachas, despertando ratas, invitando a ladrar a perros callejeros, matando aire puro, masacrando flores silvestres, lapidando barras de incienso, arremetiendo barbaries contra nuestras narices, un olor de humanidad que no toca agua hace décadas se desgajaba de un señor alto de ojos verdes, de piel blanca curtida por el mugre y los años; un señor que siempre andaba descalzo -aumentándole callos a sus callos-; un señor que siempre estaba vestido con pantalones de pana azules y, hiciera calor o frío, nunca se quitaba una ruana gris que en su aspecto parecía la compañera inseparable de mil batallas por allá hace siglos en dónde una espada era la ley y el mejor amigo era una pulga “amaestrada”, o también parecía donde dormía el perro del cual ese señor era dueño. Don Adán, así se llamaba ese señor hediondo y de voz gangosa por tanto fumar tabaco que vivía a dos casas de mi abuela Mariela y mi abuelo Marcos.
- De repente empezó a oler tan maluco ¿qué será?
- Eso es que por ahí viene don Adán… ya lo vi, viene por La Cero.
- La Cero son dos cuadras más allá y desde aquí uno huele a don Adán.
- ¿Desde hace cuanto no se bañara?
- Dicen que desde que se murió su esposa.
- ¿Don Adán tuvo esposa?
- Pues ¿de dónde crees que salieron sus hijos?
- Ah, pues sí, tenés razón… Que pereza ser hijo de don Adán ¿no?
- Uno diciéndole todo el día: “Papá, hágale, báñese, hágale, vea que pena, qué pensara la gente, hágale, hágale papá, al menos tírese un vaso de agua encima, aunque sea por accidente, o al menos cuando llueva deje que una gótica de agua lo toque, unita gota, aunque sea sólo eso…”
- Y uno armando planes: “Nos escondemos detrás de la puerta y cuando entre mi papá le tiramos este baldado de agua ¿listo?, o no, mejor pongamos la manguera…” Y ¿hace cuanto se murió su esposa?
- No sé, pero dicen que tampoco se bañaba… Entremos a la casa, ya don Adán va por La Primera.
- Sí, luego se nos queda ese olor pegado todo el día.
Amigo, aunque no lo quieras, inevitablemente en la vida pasan cosas que te producen pequeños traumas irremediables, traumas que quizás si hasta los piensas un poquito más de lo normal descubres que cambiaron tu vida para siempre y que por eso hasta te deberías pegar un tiro: En una tarde de algún domingo te asomas a la ventana y al frente de la casa ves a una anciana bajita, gordita y de gafas protagonizando públicamente, al lado de don Adán, una escena de terror, morreo, cachondeo, lujuria descarada, susurros libidinosos al oído no tan susurros ya que parecen dichos para todo el barrio, una mano asquerosamente mugrosa dentro de un gran trasero viejo y unas tetas desvencijadas, una mano regordeta y vieja puesta… Piensas: Mierda, ¿POR QUÉ CARAJOS ME DIO POR ASOMARME A LA VENTANA SI ESTABA TAN BIEN VIENDO EN TELEVISIÓN A DAVID EL GNOMO?
- Venga mijita, déjese robar que yo no muerdo.
- Ay don Adán, usted si es, no ve que yo tengo marido.
- Qué le hace mijita, yo no voy a hacer cosas con su marido.
- Ay don Adán, usted si es… saque la mano… no saque la mano... ay don Adán, yo me dejo robar.
- Eso mijita, apreté, apreté bien.
¡¡¡Gas!!! ¡¡¡Que señora tan cochina!!! ¡¡¡¿Cómo se deja meter mano de don Adán?!!! ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡¿Es que acaso no siente ese olor tan asqueroso?!!!... ¡Adrian, David, vengan vean esto, no lo van a creer! ¡Yo me quedé ciego!
- ¡Págale baño vieja cochina!
- ¡Don Adán, antes báñate!
- Hey, Adrian, David, no los llamé a ustedes para que se pusieran a gritarles cosas, que pena.
- ¡Don Adán, págale inquilinato!
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