1. En el solar de la casa de mi abuela, salto y me aferro con fuerza a una rama del árbol de naranjas agrias. Me balanceo y me balanceo, logro encaramarme de cuerpo completo a la rama. Como mico subo hasta la copa del árbol y me acomodo de forma en que puedo contemplar el panorama; desde allí diviso gran parte de la cuadra en que vivo, en un barrio de las periferias de la ciudad.
2. En una esquina veo la casa de Angélica; esa niña rubia de ojos verdes que promete un futuro de mujer fatal – la verdad, no tengo ni idea de lo que es una mujer fatal; fue un término utilizado por un adulto con respecto a la niña en cuestión, ¿qué habrá querido decir con eso?-. Sé que Angélica es novia de un policía. Sé que ese policía tiene 25 años. Sé que ella apenas si va a cumplir los 15 años – lo sé porque a su fiesta de quinces invitó a la gran mayoría de niños de la cuadra, menos a nosotros: mis primos y yo-. Que se muera Angélica. Miro para otro lado.
3. Más allá veo caminando a Nubia, la niña que sé que le gusta a uno de mis primos. Mi primo tiene buen gusto. Últimamente Nubia irradia algo que no sé qué es; La analizo: … sus piernas son más gruesas, su manera de caminar es como en cámara lenta, tiene el pecho más grande, y… creo que eso es todo. Si tuviera el valor suficiente de soportar burlas y comentarios tipo “usted es lo más envidioso que hay”, creo que le diría a mi primo que Nubia también me gusta, que me empezó a gustar aquella vez que estábamos en la entrada de la casa escuchando a todo volumen una canción de UB 40 y ella se nos acercó y nos dijo: “me encanta UB 40, es lo máximo”.
4. Me acomodo mejor en la rama, de frente me queda un muro de ladrillos que corresponde a la casa de Fernandito; el borracho más borracho de la cuadra. En mi vida he visto caminar derecho a Fernandito, si alguien sabe del pavimento de nuestro barrio es él; se lo ha gateado entero de arriba abajo, de abajo arriba, parece soldado atrincherado en campo de batalla. Antes de que existiera ese muro en la casa de Fernandito, las hijas de él, las mellizas, no paraban de decir y señalar que en el solar de la casa de mi abuela, había culebras muy peligrosas. Culebras que nunca he llegado a ver. Mellizas mentirosas. Viene a mí un recuerdo: una vez de la casa de Fernandito se escapó un marranito que estaba destinado a ser la comida de un 24 de diciembre. El marranito corrió y corrió y corrió hasta que por fin se deshizo de sus cazadores metiéndose en el túnel de una alcantarilla. Lo más irónico del caso es que el marranito avanzó y avanzó tanto en el túnel que se quedó allí atrapado; dado lo gordito que era no podía ni ir para adelante ni para atrás, ni para un lado ni para el otro. Pobre marranito, abría uno cualquier llave de agua en cualquier casa y lo oía uno chillar; y allí murió.
5. Dejo de mirar cualquier cosa y a lo que vine. Mi propósito de montarme a este árbol: Del bolsillo de mi pantalón saco una jeringa, le inyecto aire a las naranjas agrias y sonrió. Esta es la tercera vez que lo hago, me faltan otras dos tandas.
- Oiga, ¿qué hace usted montado en ese palo de naranjas?- pregunta alguien desde la terraza de la casa de mi abuela.
- Estoy cambiando el mundo.- digo totalmente convencido de que en verdad eso es lo que estoy haciendo.
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