1. Podrás llamarme sensiblero, barato, fingido, payaso, estúpido, desquiciado, inoportuno. Y te daría algo de la razón en algunos de esos aspectos, soy estúpido, estoy desquiciado, desde que nací he sido inoportuno, a conciencia, en ocasiones, he fingido estar “dale que salto en una pata de la felicidad”, odio a los payasos tanto como me odio a mí mismo, como “barato” salgo caro y nunca aprendí al pie de la letra esa vieja lección de “eres hombre, llorar es para las niñas”. Podrás escribirme un mail, ya que ahora todo se resuelve así: peleo contigo, ¡zas!, dos días después recibes un mail, o un mensaje de texto en tu teléfono celular, o una frase ininteligible en el Twitter, o un estado que lo dice todo en el Facebook, o un post de mierda en tu Blog de mierda. Para no acabar del todo con tu paciencia, podrás hacer muchas cosas, pero eso si te doy la oportunidad de hacerlas. Me inclino más a que no te doy una oportunidad, no te la mereces. Me inclino más a tener la firme decisión de que tú nunca, en la vida, tendrás de nuevo noticias mías; no sabrás que aquella tarde, en la que en Medellín caía un enorme aguacero, escalé una montaña mientras en mi cabeza sonaba la banda sonora de Rocky (no sabrás nunca que morí de un infarto el día que la selección Colombia por fin logró clasificar al Mundial). Ni sé para qué te digo todo esto, nunca leerás una sola palabra mía; sé que no las leerías si al fin y al cabo decido mandártelas.
2. La cosa es que, mientras estaba acostado en mi cama, me dio por mirar para el techo, un rayo de luz del sol del medio día entraba por la ventana, hacía visible el humo de mi cigarrillo. Tu cuerpo y tú rostro se dibujó en medio de las escamas de tal humo. Lancé fuertes improperios para aquel momento; no es justo que las fuerzas de la naturaleza se empeñen en que tengo que recordarte a cada momento, no es para nada justo. La vida es injusta, lo sé. Pero igual, no puedo parar de quejarme; quizás ese sea el sentido de la vida: quejarse de todo, hasta que no duela nada. El humo, lentamente, fue saliendo por la ventana, bailaba al ritmo de una melodía incidental que sólo la escuchan los espectadores, más no los personajes. Sin embargo, tu silueta se quedó revoleteando en mi habitación:
a) Sonreía
b) Hacía la danza del vientre
c) Se desnudaba
d) Tarareaba
e) Me tocaba
3. Mi dedo chico de mi pie izquierdo se va al traste. No pude prever que si me levanto rápido, como una gacela, como un Lince, como un Tigre, una esquina del mueble más cercano – el mueble donde está puesta una fotografía tuya-, está esperando a por mis dedos de mis pies. Mueble Vs Yo: 3 partidos ganados, 15 partidos de derrotas; quince veces lo logré esquivar, tres veces me ha fracturado algún dedo. ¿Por qué carajos no quito ese mueble de mi camino? Es un misterio. Tú, para mí, siempre fuiste un misterio.
4. No creo que ahora intervenga alguna fuerza divina; no tendría por qué hacerlo. Lloro del dolor de mi dedo, aunque, la verdad, no es que sienta mucho dolor. Lloro por algo, y ese algo no eres tú. Si algo sé de la vida es que… mierda, odio los puntos suspensivos. Lloro, y lloro, quizás, tal vez, sí tengas razón en lo de que soy sensiblero, barato, fingido, payaso, estúpido, desquiciado, inoportuno, enfermo, moribundo. Soy todo eso. Y soy más para ti: un fracasado. ¿Pero quién en el mundo no es un fracasado? Son mis patadas de ahogado, una pregunta sin respuesta.
Paro un taxi, he de ir a una sala de emergencias por algo tan estúpido como fracturarme un dedo con una puta esquina de un mueble.
5. Lo que pasó en el recorrido desde mi casa a esta sala de urgencias es más o menos esto: Lluvia, mi mano atascada en un cajero para pagarme el taxi, más lluvia, prevalecer sentado con mi mano atascada en un cajero, cero lluvia, el taxista amenazándome con matar cada uno de mis familiares si no le pago la carrera –llega incluso a mostrarme un tatuaje que tiene en su parte más peligrosa del cuerpo: ¡gas!, no quiero ver eso-. Lo siento, no quería importunarte, lo sabes. Sé que debes tener mil deberes por hacer, sé que allá, donde quiera que estés, seguro eres la estrella adorada. Yo sería uno de tus súbditos, lo sabes. Sería un súbdito de esos que aparecen en el fondo del plano, de esos que nadie nota, pero que igual está ahí; comentario con el que me daría mis aires: “saben, estuve en el fondo del plano de una película de ella, por segundos pensé que me miraba y me sonreía, luego me di cuenta que sólo miraba a la nada, pero así son las actrices”.
Por mi mejilla baja algo húmedo. Vaya noticia, ya la sabía. En el fondo de todo, como una excursión al centro de la tierra, sé que los dinosaurios han de extinguirse, y que de hecho se extinguieron. Pero qué sé yo de algo. Sí de algo ya sé, es que no puedo meter la mano en un cajero. Intento, con mi lengua, cazar eso que baja por mi mejilla; un sabor saladito invade mi gusto, quisiera que fuera dulcecito, pero sé que no podría ser, porque si así fuera, mucha gente sería como yo. Como yo, luego te darás cuenta en tu despecho más hijueputa, que soy único.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
3 comentarios:
byron, deberías escribir libros y todo
u_u
Diego: hmmmm, de pronto, de pronto
Mariana: -_u
Publicar un comentario