1. En la
pista de baile, la gente alegre, borracha, drogada, algunos transpirando sexo, otros
demostrando cansancio, se mueven al son de la Salsa. El olor a alcohol y a
sudor humano es algo que no puedes pasar de largo cuando estás medio sobrio,
parado aquí, ante la barra de un antro dónde sólo se oye música mal ecualizada.
Donde estoy yo.
- ¿Me invita
a otro guaro?- le pregunto al señor que tiene una copa de aguardiente en la
mano y que está a mi lado. Cabizbajo. Melancólico. Mirando el vacio.
El tipo me
ha invitado a las tres últimas rondas. Me lo presentaron hace no menos que una
hora, y en ese momento también se le veía afligido. Es compañero de trabajo de
una amiga.
- Si luego
me invita a un cigarrillo.- dice sin levantar la mirada.
- Está bien.-
digo.
Sitúo la
mirada en una chica que está entrando en el lugar. Hay noches en que todas las
mujeres son un cliché: ella con su cabello negro y largo camina como si
estuviera en una película, en una secuencia a cámara lenta. Me mira. Sonríe. Me
saluda moviendo los labios en un “hola”. Pasa por mi lado.
Es linda.
Se sienta al
lado de su novio u amante o lo que sea. Se
besan de la manera en que uno está urgido por un motel.
2. Agolpados
contra los carros que quedan en el parqueadero del lugar están todos esos que
no bailan. Los que no tienen dinero para gastar en un antro donde la cerveza
vale el doble de lo que cuesta en la calle. Los que salieron a tomar aire. Los
patos. También están los que salieron a fumar.
- Estoy
dejando el cigarrillo, este es el tercero de la noche.- digo.
- Ya son más
de las dos de la mañana, diría más bien el tercero de la madrugada, ¿no?- dice
el señor. El que espero que me siga invitando a más rondas de aguardiente.
Hoy particularmente
ando escaso de billetes.
- Entonces
es el primero del día.- digo botando humo por las fosas nasales.
- No lo he
visto bailar en toda la noche.- dice el tipo, mirando hacia el cielo. Mira a la
luna.
La luna está
llena.
-Me gusta la
Salsa, pero no la sé bailar. No me gusta bailar Salsa, la verdad. Tampoco es
que me guste venir a estos sitios. Pero uno va a dónde van los amigos un
viernes en la noche.- le doy otra calada al cigarrillo.
- A mí
tampoco me gusta bailar.
Del antro
sale una chica rubia de pelo corto. Se enciende un cigarrillo. Sus ojos azules
se desvían en mi dirección. Se me acerca.
- Menos mal
vinimos a este sitio, ese otro lugar en el que estábamos es un pichadero de
moscos.- dice la chica.
- Sí.- le
respondo.
Es linda.
Es la novia
de uno de mis amigos.
3. Un torpe pasito
aquí. Otro torpe pasito allá. Movimiento mal hecho de cadera. Vuelta. Estoy
bailando. Resulta que siempre me quieren enseñar a bailar. Me han capturado
cuando iba ruta al baño.
- Oye,
¿podemos bailar después?, me estoy orinando.- le digo a la chica que me capturó.
- No. Orinas
cuando se acabe la canción.- Dice ella. - A ver mijo si aprende: pasito aquí, pasito
allá, movimiento de cadera, vuelta. Pero hágale con ritmo.
- Soy arrítmico.
- Conmigo
coge ritmo mijo.
No hay
escapatoria. Miro mis pies.
-Pero no se
mire los pies, míreme a mí.- dice ella.
Obedezco.
Ella es linda.
Es una amiga.
4. En el
sitio hay más chicas que chicos. Muchas de las chicas bailan entre ellas. Una
cerveza. Otras tres rondas de guaro. Ya todo da vueltas.
- ¿Otro
cigarrillo?- pregunta el señor. Al parecer está más desconsolado que antes. Creo
verle una lágrima bajar por su mejilla.
- Esto está
lleno de chicas lindas. – digo.
- Que si
otro cigarrillo.- en efecto, en sus ojos hay lagrimas.
- Bueno, el
segundo de la madrugada.
- Dizque el
segundo, ya se ha fumado como cuatro. Lo he visto salir.
- Bueno, el
quinto pues. Pero primero tengo que ir al baño.
Me atrapan
en el camino.
De nuevo me
enseñan a bailar.
5. Clic.
Fuego. Dirigirlo a la punta del cigarrillo. Encender. Aspirar. Botar parte del
humo. Dejar el cigarrillo en los labios. Compartir fuego con el señor que me ha
estado invitando a guaro toda la noche. No
sé cómo se llama el señor. A esta altura del partido, con tantas rondas de
guaro a las que me ha invitado, me da vergüenza preguntarle su nombre. Encenderle
el cigarrillo. Guardar el encendedor.
- Usted
¿cuántos años tiene?- me pregunta el señor.
- Eh ¿yo?
¿Por qué? – pregunto distraído. Observo a la chica de pelo negro que me saludó
hace un rato. Se está subiendo en el carro de su novio u amante o lo que sea.
- Pensaba
que ya estaba curado después de vivir todo lo que he vivido, pero no. Tengo
cuarenta y siete años y... - El señor le da una bocanada a su cigarrillo.- Hace
poquito me dejó mi esposa. Se fue con otro tipo más joven. Y la extraño. Tengo
un despecho ni el más hijueputa... – el señor suspira fuerte, se restriega los
ojos con la mano libre.
Mientras el
carro está arrancando, la chica de pelo negro me mira a través de la ventanilla.
Sonríe. Se despide de mí moviendo los labios en un “adiós”.
- Usted que
está joven, le digo: las cosas siguen doliendo como antes, o peor. Nada cambia.
Somos los mismos pero más viejos.- dice el señor, llorando.
Miro el
pavimento.
Ya quiero
otro guaro.
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