1. El cielo está gris, sin sombras, no hay rastros de ese aro de fuego que es el sol. Sin embargo, aunque no lo parezca, es una mañana calurosa. Transpiro gotas gigantes que resbalan por mi frente, caen como misiles en mi ropa. Mis piernas se están moviendo. Mis pies, ocultos en mis tennis viejos, los de trabajo, tienen un lento e interrumpido apoyo con el pavimento. A paso de pingüino, torpe, soso, sé que avanzo, en el que ahora es mi barrio, por la acera de una pequeña calle que desemboca en una vía principal, por la que pasan los buses. Necesito un café, muero de sueño.
2. En la noche, según mi cálculo, dormí sólo dos horas. La culpa la tuvo Astrid, mi gata: se acostumbró a salir de la casa, callejear sus buenas horas y a entrar a altas horas de la noche por la ventana de mi cuarto, que casi siempre está abierta debido al calor y que está justo al lado de la cama. Lo peor es que entra saltando sobre mi pecho o estómago, entonces como despertándome de una pesadilla: ¡Ay jueputa sustoooo!. No contenta Astrid por tan abrupto episodio, le da por aruñar la puerta de la habitación: me levanto de la cama, camino hasta la puerta, la abro para que salga, pero ella se esconde debajo de la cama, de nuevo me acuesto; dicho numerito se repite unas cuantas veces, ella está en su adolescencia, es seguro.
3. Me subo en el bus equivocado. Por fortuna, buscando la plata para el pasaje, que extrañamente a como es mi rutina no la tengo preparada en la mano, una cuadra más abajo, me doy cuenta de mi error. Me bajo del vehículo con mucha pena. Cabizbajo espero, aunque no tardo en levantar la cabeza, respirar hondo, encenderme un cigarrillo, ver pasar por el lado a un tipo llevando consigo a cinco perros y decirme: Eh vivido tantos momentos como estos, a ese tipo y a esos perros, por ejemplo, ya los llevo viendo casi todas las mañanas de la semana... algún día le propondré conversación y le diré que en Argentina la mensualidad que te dan por pasear perros son casi como 100 mil pesos.
4. El bus que sí es, está vacío. Me siento en la penúltima silla, en la hilera derecha, al lado de la ventanilla. Aire, brisa, es lo necesario con este calor. Abro la ventanilla. Soy feliz, el viento fuerte en mi cara evita que me duerma. Cuadras más adelante en el recorrido, en el bus, se sube una señora, mira a su alrededor, ve que el transporte está vacío, no encuentra una mejor silla que la que está a mi lado, en mi hilera, y se sienta, tan cercana a mí, rozándome, mirándome, sonriéndome. Me da miedo. Cualquier chofer de bus, en Medellín, que se respete cree que está transportando bultos en su haber, y este chofer no es la excepción, va tan rápido a como se lo permite el automóvil y el poco tránsito que hay: El viento fuerte que entra por la ventanilla hace que la señora y yo estemos tan despeinados.
- Muchacho, ¿podría cerrar la ventanilla? – dice la señora al cabo de unos minutos.
Me quedo en silencio.
- Muchacho, cierre la ventanilla.
- Eeeh, señora. El bus está vacío, sí quiere se puede cambiar de silla.
Ella se queda en silencio.
5. Al cabo de unos minutos, y nada que esta señora se mueve de la silla, empiezo a sospechar que quizás sea una psicópata en serie, por si las dudas pongo mi maleta al lado de ella, cosa que si me vaya a dar una puñalada o algo, mi maleta la reciba primero. En el momento de bajarme del bus ella se despide mí. Ya no necesito un café, al menos no por los últimos minutos.
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5 comentarios:
señora tan sapa...
Saludos, una vieja costumbre que regresa...
Diego:
A lo bien, bien sapa.
Ph_bus:
Saludos. ¿La vieja costumbre que regresa es leer blogs o leer este blog en especial? lo pregunto porque muchos dicen que a los blogs los mató el twitter, cosa que no creo, y bueno, de nuevo:
Saludos
La vieja costumbre es leer ESTE blog, hace como dos años no volvía regularmente. Sigue siendo un buen lugar y me alegra que sigas por aquí.
:)
Pd: Las fotos de Palenque están muuuy buenas
gracias. Es bueno saber que este blog todavía lo leen.
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