“No soy de los que presumen de lo que no han tenido como tantos que he conocido en este mundo, en ése, en aquél. Si digo que tuve esto fue que lo tuve, y si digo belleza belleza fue. Y belleza a la luz del día, no en noche avanzada cuando la necesidad no juzga bien… Mas como soy yo el que pago yo soy el que escojo, así que al final de cuentas lo que usted opine o no opine al final no cuenta. “¿Entonces para qué pregunta?” dirá usted. Muy sencillo: para confirmar.” Fernando Vallejo, el Fuego secreto.
5. – ¿Como las ve? ¿Son bonitas, cierto? toque si quiere.
- Bonitas si son, pero no las voy a tocar.
- ¿Por qué?
- Porque si las toco con las manos de pronto me amaño y luego querría tocarlas con mi boca y luego con mi lengua y luego con... Es suficiente con disimular la erección que tengo por verla a usted en pelota, y a las demás.
- Si, la rola tiene buen cuerpo y es bonita. La otra se ve asexuada, se ve que hace maluco.
- Está buena, no me importa.
- ¿Está más buena que yo?
- Eh, vos las tenés más grandes y de pezones rosados, ella tiene los pezones negros. Así como dicen por ahí que Cocacola mata tinto, los pezones rosados matan pezones negros.
- Es verdad.
- Nunca había estado en una playa nudista.
- Esto no es una playa nudista.
- Lo sé, pero igual todos se empelotaron.
- Todos no, usted no se ha quitado la ropa.
- Ni lo haré, usted como es de criticona.
- Ja ja, es verdad, no me imaginaba que Héctor lo tuviera tan grande. Tiene cara de tenerlo chiquito. Pero sorpresas da la vida.
- Aja, lo tiene grande y peludo.
- Tiene pipí hippie.
- Tiene pipi teatrero.
- Óigalo pues, todos los teatreros no son hippies. También son maricas. Y los maricas se cuidan mucho de depilarse cuanto vello les sale donde sea.
Y así eran los paseos con los teatreros: gente desnuda por todos lados. Se hablaba mucho de sexo, incluso lo practicaban de frente sin preguntar. Las cosas que me tocó ver. Cuando dejé de trabajar en el teatro y empecé a frecuentar a otra gente estaba malacostumbrado, creía que era de lo más normal que la gente se fuera empelotando por ahí y se pusieran a follar a diestro y siniestro.
4. Tres años trajiné en el mundo del teatro. No era ni actor, ni director, ni dramaturgo, era un simple luminotécnico. Nunca recibí un peso por ese trabajo, pero lo que aprendí allí fue único. En el teatro las luces tienen vida, son otro personaje, a veces son el ritmo de la obra, y si no tienes un buen presupuesto para llenar el escenario con luces tienes que hacer magia “una obra de una hora y media con solo tres luces, luces no, bombillos, dígame usted qué hace”. “¿Eh, dejamos a los actores quietos?”. “¿Cómo se le ocurre? El teatro de Fassbinder hace rato está mandado a recoger, esto no es el Matacandelas”. Pero como dejé el teatro, de ahí para allá lo que más me gusta en el cine además del guión es la luz, la sombra, el relleno, la textura, el ritmo, el fuera de campo, cosas difíciles de ver en el cine colombiano que piensan que todo queda solucionado con lentes gran angular ¿y la luz de esas películas? Una maricada, horrible, y no es que siempre una película tenga que tener una luz bonita, no, también puede ser horrible pero con criterio. Consideraba esos años en el teatro como el periodo más oscuro de mi vida, pero ya qué carajo, a lo hecho pecho. Tres años viví en ese mundo de zozobra, perdición, demencia, sordidez y una que otra alegría. Los viví por una mujer – la mujer del punto 5-, viste como somos los hombres. Quisiera decir que con ella viví un arduo y tormentoso romance, pero mentiría. Lo más lejos que llegó esa relación fue verla empelota ¡y todos los días se empelotaba! llegaba y más se demoraba la puerta en cerrarse que ella en empelotarse. ¡Imagínense viendo todos los días por tres años empelotándose a la vieja que se los despeluca! Tres años de dolor de güevas. Ella me decía “Salte” y yo saltaba. Ella me decía “Corra” y yo corría. Ella me decía… y bueno, entendieron.
3. Un domingo en la mañana el escenográfo y yo llegamos al teatro, lo primero que vimos fue un montón de jeringas tiradas por el suelo, perico servido en un espejo, marihuana para ser armada, cuscas de cigarrillos por doquier y muchas botellas de aguardiente vacías. ¿Pero cuando fue la rumba si nosotros ayer ensayamos hasta tarde? Y dicho esto empezamos a escuchar ruidos, gemidos. ¡¿Qué vimos?! A dos prostitutos del Parque de Bolívar metiéndoselo a pelo por boca y recto a uno de los actores principales del teatro. ¡Y esos tres ni cuenta se dieron que los pillamos! estaban tan drogados y tan borrachos que siguieron en esas, déle uno, déle el otro. De inmediato llamamos a la mujer del punto 5 que era (es) la directora del teatro para ponerle la queja: “ve, imagínate que llegamos… y uno de los prostitutos tiene la cara cortada y todo, le está saliendo sangre.” “Ya voy” “Listo, te esperamos afuera, allá no entramos más, ese espectáculo no lo queremos volver a ver”.
2. La mejor obra de teatro que vi, que me llegó, que me puso a llorar a moco tendido fue en el festival de teatro de Manizales. No me acuerdo del nombre del grupo de teatro, pero sé que eran mexicanos. La obra era una adaptación de Retrato del artista adolescente de James Joyce. Me dije “si así de buena fue la obra, así de bueno tiene que ser el libro” y me compré el libro. Pero con Joyce no pude, ese libro jamás me lo terminé de leer, algún día lo haré, lo haré… Por ahora y por lo tanto, para que pase bueno, vamos a una rumba del grupo de teatro Tal y Pascual. Dicen que son las mejores rumbas, que hay trago y que hay drogas hasta para tirar para arriba, todo lo que usted quiera. Una de las actrices de ese grupo de teatro que sale en televisión dicen que hasta lo da meando, porque usted sabe, teatrera que no es puta es lesbiana. Y véala usted mismo, está muy buena la actriz esa. “Sí señor, está muy buena, en televisión la he visto pelando”. Sí, se empelota cada tanto. Vea, meta perico. “Lo siento, no meto de eso, a mi sólo déme alcohol que todavía soy joven y borracho los acuesto a todos”. Tiempos aquellos donde uno los acostaba a todos.
1. Pasados tres años mí mente ya no daba más, ya no estaba enamorado de la mujer del punto 5. Ya no le creía nada, sus argumentos me resbalaban. La gota que rebasó la copa fue un día en que dos de los actores principales se pusieron a pelear por celos entre ellos – eran pareja- y entonces uno de ellos terminó con la cabeza reventada contra una pared ¡PAFF! un golpe seco. Por inercia me paré de donde estaba sentado y caminé hasta la pared, estiré mi brazo y con uno de mis dedos toqué la sangre. ¡Bruto! ¡¿Cómo se le ocurre hacer eso?! ¡Con lo promiscuo y degenerado que es ese hasta Sida tendrá!. Es verdad, que bruto soy al tocar esa sangre dañada, me estoy enloqueciendo a la par de estos hijueputas, ya no doy más, me tengo que alejar de esto, por aquí no vuelvo. Y me fui. Nunca volví. Bueno, si volví, pero sólo a ver una obra que ellos montaron tiempo después.
“Y como se fue sin mirar atrás, sin hablar, casi sin decir adiós. Sólo se llevó algo que leer y un reloj que vivió siempre con él. Desapareció un atardecer, algo gris, nadie lo llamó después, solamente se llevaba sus recuerdos.” El color del mar de Paloma San Basilio.
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