1. Sales al pasillo, das tres pasos hacia delante, te paras al frente del pequeño muro que evita que no te vayas a caer al primer piso; estiras el brazo derecho, haces que traquee ese punto entre el hombro y la nuca que dos días después, desde que te empezó a doler, te sigue doliendo mucho y no sabes por qué: miras a la nada sin expresión alguna.
2. Transpiras con sólo estar parado dónde estás parado. Te quitas el sudor de la cara. Sigues sin tener expresión alguna en la cara.
3. Te colocas un cigarrillo en los labios, que los tienes secos; Te duele mucho despegarte ese cigarrillo de los labios para acomodártelo bien en la boca. Te vuelves a quitar el sudor de la cara.
4. Te acuerdas de esa canción que oíste hace poco y te gustó mucho; a pesar de eso no logras tener su ritmo en tu tararear. Intentas encender el cigarrillo; el encendedor no funciona.
5. Ya no miras a la nada, o mejor dicho, esa nada que estabas mirando era algo en especial, y ese algo en especial te gusta mucho y amerita tomarle una foto cuanto antes. Dejas el pasillo, vas por tu cámara fotográfica análoga de 35 mm que volviste a cargar en tu maleta; cuando vuelves al pasillo, a tomar esa foto de ese algo tan especial, eso especial ya no está ahí: dudas de si en verdad existió. Te vuelves a quitar el sudor de la cara.
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