1. Liberó de su envoltura, con extremada paciencia, aquella golosina que segundos antes le compró a ese molesto vendedor ambulante que en menos de diez minutos fue el segundo en subirse al bus a ofrecer dulces, bajo la amenaza de “es mejor para ustedes que esté haciendo esto y no robando en las esquinas”. Se metió en la boca la exquisitez de chocolate con relleno de whisky. Masticó con ruido, abriendo bien sus fauces, expulsando saliva y pedacitos del manjar que ágilmente, al chocar contra el asiento de adelante, se convertía en un pegote. Alisó, con una de sus manos, una pequeña arruga en su blusa fucsia, un tanto sucia, un tanto descosida, bastante añeja. Sacó de su cartera blanca de cuero sintético, un espejo en el que se miró por el espacio de un minuto mientras se acicalaba su pelo teñido de rubio, de raíces negras, marchito, llevado en cola de caballo. Con un labial le dio un tono rojo encendido a sus labios, con polvos de colores resaltó sus mejillas. Masculló algo entre dientes. Guardó el espejo. Sintonizó en su teléfono celular una canción de salsa romántica. Viéndola sentada al lado mío, bastante emperifollada, feliz, improcedente, llevando el ritmo de la canción con la cabeza de abajo hacia arriba, tarareando, “nanananaaaaaananana” de ahora en adelante yo la apodaría “la mujer papagayo”.
2. La mujer papagayo esperaba por él. Lo supe porque ella murmuró “Ay, míralo, tiempo sin verlo” e hizo ademanes toscos para llamar su atención apenas vio que él se subió al bus, atravesó la excesiva e incómoda registradora y le pagó el pasaje al conductor. Cuando no obtuvo respuesta por parte de él, que distraído se situaba en la parte delantera, la mujer papagayo se levantó de la silla.
- ¡Germán!- gritó. La cola de su pelo le quedó encima de la cabeza, parecía que fuera una verdadera mujer papagayo.
3. Germán se paró delante de la mujer papagayo. La miró muy prudente. Con una de sus manos se peinó ligeramente un bigote incipiente mientras que con la otra mano se sostenía de una de las barandas del bus. Siguió mirando a la mujer.
- ¿No me reconoce? – dijo la mujer papagayo. Germán dibujó una sonrisa en sus labios.
- Shirley.- dijo Germán peinándose de nuevo el bigote.- creí que estaba muerta o algo parecido.- lo del bigote es un tic, no paró de peinárselo.
- ¡Ay! ¿Cómo dice eso? Yo muerta, no, no, no diga eso ni charlando. – dijo la mujer papagayo ahora llamada “Shirley”. Sobresaltada, elevó de tal manera el codo derecho que alcanzó clavarse en mis costillas: por suerte sin mucha fuerza.- Perdón.- Me dijo; la miré y me encogí de hombros.
- La última vez que la vi a usted, usted estaba con Freddy en el metro ¿se acuerda?- dijo Germán.
Shirley baja la mirada.
4. - ¿Y cómo está Freddy? Hace rato no lo veo.
- ¿Usted no sabe?
- ¿Qué?
- Freddy y yo nos dejamos hace dos años.
- No sabía, ¿Y qué pasó?
- No sé.
- ¿Pero él está bien?
- Pues yo creo que sí, lo último que supe de él fue que tuvo un hijo.
- Ah. Ese día que los vi a ustedes dos fue un día bueno, muy bueno, lastima perder el contacto con el Freddy.
- Tuvo un hijo, eso me dio tan duro.
- Freddy fue mi mejor amigo, y creí que usted estaba con él.
- Ojalá estuviera con él.
- ¿Cómo así, dos años y no lo ha podido olvidar?
- Sí… bueno, no. Ojalá estuviera con él. Pero ya tiene un hijo, ese día que supe lloré tanto.
- Ya me va a hacer llorar a mí. Pero en serio, creí que ustedes iban a hacer pareja por siempre.
- Ojalá.
- Le conocí al Freddy el hijo hace poquito, ese peladito es todo figurita.
Shirley abrió grande los ojos y miró atenta a Germán.
- ¿Cómo así?
Germán, peinándose el bigote, se bajó del bus sin dar una explicación coherente. La mujer papagayo llamada Shirley, que empezó a parecerse al Joker de Batman con tanta lloradera, se limpió varias lagrimas con un pañuelo sacado de su cartera blanca de cuero sintético. En él dejó su marca.
5. Me bajé del bus. En el momento de hacerlo, Shirley, con su teléfono celular, sintonizaba un vallenato, uno de los antiguos que me gustan. Pero, en mi mente lo cantaba un papagayo. Recordé: Un papagayo se había volado de una finca cercana al barrio Belencito, Adrian, yo y la momia lo estábamos persiguiendo, y lo habíamos acorralado en un árbol, cuando Crema de caca, que así le decíamos a uno del barrio que ahora está loco por tantas drogas consumidas, nos avisó que habían matado a Pablo Escobar: no le creímos.
El nuevo videoclip que les hice a mi banda amada Neoplatonics, espero les
guste.
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El nuevo videoclip que les hice a mi banda amada Neoplatonics, espero les
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Hace 3 días.
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