1. – Estoy sudando como cerdo.- dice uno de los tres tipos que me acompaña en una caminata de dos kilómetros por el estrecho y pantanoso pasaje de un hangar de sembradío de flores para exportación a Miami y a otros lugares que no recuerdo y que comunica con otros hangares similares. El tipo, que va un paso delante de mí y que en efecto está sudando a chorros, se las ingenia para mirarme por algunos segundos directamente a los ojos. Sin ser yo adivino, creo que está esperando una respuesta sobre su acotación, y no sé qué responder, nunca entendí esa frase “sudando como cerdo”, nunca he visto a un cerdo sudar.
– Estoy sudando como un caballo.- dice al pasar de unos segundos; sigo en silencio, tampoco he visto sudar a un caballo.
2. Desvío la mirada hacía el piso, veo como uno de mis tennis queda atrapado en el fango, como por poco mi pie libre del tenni arrebatado por el fango toca el lodazal: doy tres saltos en un solo pie de manera chistosa hacia adelante para evitar caerme sobre la cámara de video que llevo en las manos. El tipo que suda como cualquier cerdo, caballo, oso, ratón, mico, perro, gato, gallo, gallina, mientras se ríe de mí casi se da de bruces contra uno de los tubos que separan el camino de los sembradíos. Y esta se vuelve la anécdota del viaje, lo sé por la manera en que el tipo sudoroso, los otros dos y yo nos miramos de manera cómplice.
3. Entramos en un hangar infinito que parece el paraíso, al menos así lo han pintado, y la luz del sol, traspasando un inmenso plástico transparente que es el techo, ayuda cantidades: Flores de todos los colores brillantes y opacos, hermosos, por doquier hasta que la línea de horizonte tu vista no da más, invaden mi corazón de un sentimiento tan, tan, tan… que me imagino que tengo una amiga llamada Abeja Maya, y a un amigo que se llama José Miel. Como también me he traído mi cámara de fotos en 35 mm saco algunas fotografías: no obstante, sé que no le haré justicia a este sitio.
4. - Está muy emocionado.- me dice uno de los tres tipos que me acompañan, y que además es el que me ha decir qué voy a grabar en este lugar: mi jefe eventual.
- Nosotros ya estamos acostumbrados.- dice el otro, jefe del anterior.
- Después de la segunda vez ya se vuelve rutina.- dice el sudoroso.
Y muere la magia, de nuevo soy un mortal, uno entre miles con una cámara de video y una fotográfica en las manos. Seguimos caminando otro kilometro.
5. Después de mucho caminar llegamos al hangar en el que he de trabajar. Mi jefe eventual me da las instrucciones:
- “Mi interés es calcular el movimiento, la rapidez y la resistencia de cada sembrador de flores, y cómo la velocidad se les va desgastando cuando acaban su jornada de trabajo, quiero cada movimiento de ellos registrado, nunca pare de grabar, ¿listo?”
- ¿Entonces esto no es para que nadie lo vea en TV o algo así?- pregunto.
- No, es sólo para calcular, un estudio que estamos haciendo.
- Listo.
Tres horas después sin parar de grabar, sospecho que también la intención es calcular el movimiento, la rapidez y la resistencia del camarógrafo: como chicle, estoy oyendo en el mp3 una canción llamada Counting de Lucie Silvas, y estoy demasiado cansado: en la cámara los sembradores van al mismo ritmo mío, y casi ya estamos muertos, más yo que ellos que han hecho eso toda su vida.
Mis respetos a las y los sembradores de flores, que trabajo tan duro.
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