1. Cada sábado Adrián y yo teníamos clase de natación en Comfama Guayabal, al lado del depresivo zoológico Santa Fe. Mientras nadábamos escuchábamos bramar al león, chillar a los micos, refunfuñar al el elefante, llorar a Agripina – el animal más famoso de ese zoológico, una gorila (¿era una gorila? Si no lo era, era de ese corte. Recuerdo ver a alguien llorar cuando en el diario El Colombiano y en Tele Antioquia anunciaron que Agripina se había muerto. Creo que hasta yo lloré.)-. Mientras nadábamos escuchábamos gritar a las niñas de otras clases; más de cinco mujeres juntas no sé cómo se las apañan para andar siempre gritando. Adrián estaba un nivel más avanzado y yo, que nunca aprendí bien a nadar, estaba repitiendo el nivel tercero – nunca lo pasé-. Vivíamos en Belencito Corazón y ninguno de los buses de la zona pasaba, siguen sin pasar, por Guayabal. Así que nos tocaba caminar unas treinta cuadras desde la glorieta de San Juan, donde nos dejaba el bus, hasta Comfama. Y al regreso lo mismo, pero ya con los ojos, de tanto cloro de la piscina, en la trastienda. En esas caminatas Adrián y yo nos armábamos de piedras, y caminábamos y caminábamos. Justo cuando estábamos pasando por el largo puente de Guayabal de donde se divisa todo el cerro Nutibara – el polvito paisa, el motel gratis más grande de Medellín- y abajo del puente se ven los carros circular por la glorieta de la 33, las piedras ya pedían a gritos ser lanzadas. Y sus deseos eran órdenes: más de un carro llevó su pedrada en el para brisas, en la capota, en la parte de atrás. Por suerte nunca causamos un accidente. Ese acto de vandalismo lo abandonamos cuando empezamos a escuchar historias parecidas, pero que terminaban con carros volcados y gente muerta. La inconsciencia de los niños es una cosa del terror. No quisiera ser niño de nuevo, pero si me gustaría tener otra vez algo de esa inocencia. La primera vez de algo nunca se olvida. Bueno, hablo por mí, las primeras veces de algo que me gustó de primerazo no las olvido.
2. Cuando salí de primaria y empecé a estudiar el bachillerato no estaba preparado para dar ese paso. En la primaria, salvo en el tercer año donde fui el chico popular del curso porque en la clase todas eran niñas y además yo era el único que sabía dibujar, fui un cero a la izquierda. ¿Así que qué me esperaba en el bachillerato donde se supone que los niños son más crueles y despiadados y las historias que contaban los mayores eran de cagarse del miedo?. Para colmo mi mamá me matriculó en el liceo Marco Fidel Suarez, uno de los colegios más peligrosos de Medellín en ese entonces. A mi primera clase no asistí, me dio miedo. A la segunda clase mi mamá me obligó a ir. Recuerdo que cuando llegué a clase todos los niños me miraban como diciéndose entre sí: “Carne fresca, este no va a durar mucho”. Caminé con la cabeza gacha atravesando el salón y me senté en la parte de atrás. Sin saber hice algo bien, hasta ese momento no sabía que los que se sientan en la parte de atrás a nadie le importan. Los que se sientan adelante son los que estudian mucho y viven por obtener una buena nota, o son los que estudian mucho sin entender nada pero eso lo compensan diciéndole todo al profesor: “Fulanito fue el que hizo esto y lo otro, también se copió de Menganito y de Sultano”. O los que se sientan adelante tienen problemas de los ojos y entonces utilizan gafas; los de adelante siempre llevan del bulto, son la diana de la primera pedrada que lanzan los que se sientan en el medio. Los del medio son los que amedrantan a los de adelante con voltearlos patas arriba ante un cubo de basura y los que les dicen a los de atrás: “guarden silencio”. Como esto era el Marco Fidel, antes de que lo hicieran mixto (antes de que mataran a Hamilton Chica y de que yo saliera herido con esquirlas en la cabeza y en la espalda), uno de los del medio era un sicario declarado. Venegas era su apellido, y todos los días llegaba a clases con tenis Nike distintos. Por él vi por primera vez en mi vida una pistola 9 mm, siempre la llevaba en su maleta. Por Venegas los de cursos más avanzados nos dejaban en paz a los que acabamos de llegar. Solo Venegas podía meter a los de adelante en un cubo de basura, y solo Venegas a los de atrás nos podía mandar a comprarle lo que él quisiera.
3. - Hoy decidí que Byron va a ir a la cafetería a comprarme tres buñuelos de los grandes, una Cocacola y un palito de queso. Es más, decidí que Byron va a pasar por el medio del patio del colegio rumbo a la cafetería.
El medio del patio del colegio era territorio Comanche, nadie sabía que le podría suceder si lo atravesaba. Francotiradores de todos los frentes, un piso arriba, estaban atentos. En mi segunda semana en el colegio, por atravesar el patio, recibí una pedrada en la cabeza. Y ni modo de quedarse a llorar. Pero atravesar los pasillos era más peligroso si no ibas al lado de Venegas. Te quitaban la maleta, te la llenaban de escupas, unos cuantos se cagaban en ella literalmente, y te la lanzaban al patio. ¡Más peligroso era entrar al baño!
4. El primer amigo que tuve en el Marco Fidel fue un tipo que entró dos semanas después de iniciarse las clases. El tipo era de uno de esos pueblos fríos de Antioquia, le decían el Ruso y sabía dibujar; dibujaba fanáticamente a Conán el Bárbaro. El Ruso era blanco, pecoso, peli negro, alto y tenía cara de “soy una puta güeva”. Además era fanático de Kraken. Por el Ruso conocí a Quini, uno de los tipos que se sentaban en el medio, que no era como Venegas, pero que tenía mil influencias. Y los tres empezamos a andar juntos para arriba y para abajo. Gracias a Quini no se mentían con nosotros a menos que quisiera Venegas un dibujo para una de las tantas de sus novias. Luego conocimos a Juan Felipe, otro que dibujaba, pero que solo dibujaba a Madona. Un buen amigo de ese tiempo.
5. Hace como cinco años que estaba grabando algo para la UN, un documental whatever, me encontré bailando en el Ballet folklórico de Antioquia a Juan Felipe. Él me reconoció de inmediato y me abrazó. Ese día me presentó a su novio, un tal Manuel. Ahora sé, gracias a los chismes, que el tal Manuel, a Juan Felipe, lo mató de cuatro puñaladas en el cuello. Ahora sé que a Quini lo mataron con tres disparos, dos en la cabeza y uno donde duele abajo; Ahora sé que a Venegas lo decapitaron.
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