1. Ese día caminábamos en caravana cuesta arriba por la montaña. A pesar de que el sol de las cuatro de la tarde tostaba nuestra piel ninguno llevaba más protección solar que una gorra de algún equipo de beisbol de la NBA. A todas sus anchas el camino estaba húmedo y empantanado, así que al caminar hacíamos increíbles maromas, entre esquina y esquina, para no resbalarnos, darnos de bruces contra el barro y ceder metros subidos rodando cuesta abajo; misión imposible, todos, absolutamente todos en medio de carcajadas tempestivas por parte de los otros nos vimos cara al piso, saboreando un dulce sabor del fango, pasando de ser el primero o el de la mitad al último de la fila por lo menos dos veces en toda la trayectoria hasta la cima de la montaña. Era sábado de un diciembre, un día antes de que por fin cesaran de sonar por doquier los villancicos.
2. - ¿Y vos qué le estás pidiendo al niño Dios?
- Supongo que no estoy pidiendo nada.
- ¿Supones que no estás pidiendo nada?, ¿cómo así?, ¿o sea qué si estás pidiendo algo, pero no decís que estás pidiendo algo porque guardas la esperanza de que el niño Dios si te traiga algo?
- Mi niño Dios es un jibaro del barrio Antioquia al que ayer le pedí tres pacos de marihuana, pero no sé si me los dé mañana ya que se calentó todo feo con unos manes ahí. No creo que ese man se aparezca dentro de mucho. Entonces sí, supongo que ya no estoy pidiendo nada.
- Otra prueba más de que el niño Dios es un fraude.
- ¿Alguno de ustedes llegó a creer de verdad que el niño Dios existía?
- Yo sí creía… hasta que sospechosamente me dejó de traer lo que yo pedía y ya solo se limitaba a darme una camiseta, pantaloncillos y por último plata para que me gastara en la tienda de la esquina. Ese último regalo fue mera caspa, el de la plata, sólo me alcanzó para comprarme un paquete de papitas y una Pepsi.
- ¿Te gusta la Pepsi?
- Mi regalo de niño Dios siempre fue ir a beber aguardiente con mi papá.
- ¿Tú papá te daba aguardiente cuando eras niño?
- Me daba cuando ya estaba muy borracho, disque para que aprendiera a ser hombre cuando creciera.
- ¿Y sí aprendiste a ser un hombre?
- Tu cucho era mera figura.
- ¿Era?
- Sí, dejó de beber y ahora es disque Testigo de Jehová. No se lo aguanta ni el putas.
- Marica, ya quiero llegar a la cima, ¿descansamos un rato? éste camino está hecho una gonorrea.
- Viste, no aprendiste a ser un hombre como tu papá. Un hombre se convierte en testigo de Jehová y sube hasta la cima de cualquier montaña con tal de convertir a unos cuantos pecadores, y sin chistar.
- Palabra de Dios.
- Bobos hijueputas. ¿Descansamos o no?
3. Ese día, cuando llegáramos a la cúspide, como pasó en días anteriores que ya habíamos hecho dicha travesía, razonable y sonante a todo dar nos recibirían dos feroces perros Dobermann entrenados para matar y que custodiaban esa zona. Nos gustaba estar allí arriba por horas y horas, viendo como el día finiquitaba y renacía la noche, nos gustaba, a los que recién probábamos la marihuana, respirar aire fresco, escuchar a los pájaros y dejarnos llevar a un mundo en el que sólo existía la brisa golpeando en nuestras caras. Siempre nos negamos a que la cima de la montaña, desde donde se podía divisar todo el barrio Belencito Corazón - incluyendo barrios aledaños y la mitad de Medellín-, hiciera parte de una propiedad privada. El mundo no era justo y nosotros lo haríamos justo, así que ese día llevamos - como lo hicimos en días anteriores- unas pastillas soporíferas envueltas en pedazos de carne. Los dos perros Dobermann no tardaron en ser mansas criaturitas.
- Aaaah, tan lindoooos como duermen.
- ¿Cierto que sí?
- No sé por qué aquí en esta finca todavía tienen perros Dobermann si esa raza ya está pasada de moda. Ahora están de moda son los Rottweiler.
2. Es 23 de diciembre, en la cumbre de la montaña estoy acostado boca arriba sobre la hierba, al lado de uno de los perros Dobermann. Hace algunos minutos, o quizás horas, miraba dar vueltas la copa de los árboles y a lo lejos un cielo azul, naranjado, rojo moribundo, ahora veo una negritud llena de estrellas, llena de juegos pirotécnicos, llena de globos que si no los bajan a pedradas seguro aterrizaran en alguna casa o fabrica, quemándolas por completo. Sé identificar las constelaciones, el cinturón de Orión, La osa menor, la osa mayor; antes, de muy niño, acostados boca arriba Adrian, David, mi tío Ramón y yo en la terraza de la casa de mi abuela también mirábamos las estrellas mientras mi tío nos enumeraba cada una; esos tiempos no volverán.
- Niño Dios, te pido que esos tiempos vuelvan… “La esperanza de un Dios prometido ya vendrá, ya vendrá”.
1. – ¡Jueputa! me picaron las hormigas.- Dice alguno de nosotros. Hace días, creo, no escuchaba nada. Me siento y miro a Medellín de noche y en Diciembre, el mejor espectáculo.
- Marica, es que estás acostado en un hormiguero de cachonas.
- ¡Jueputa, duele mucho!
- Fúmate otro bareto, así no te duele.
- Hey, ¿ustedes creen que siempre vamos a ser amigos?
- Yo sí creo.
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2 comentarios:
Yo tenía una gorrita de los Marlins.
...Me conmoví con este post, pero en serio...
Que buen final.
Y yo una de los Yankees, tuve como dos de otros dos equipos, una de Onix (un grupo de hip hop) y otras ahí. No sé, antes me gustaban bastante las gorras.
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