1. Por fin
llego a la cima de aquella montaña. Con la manga de mi chaqueta me seco el
sudor de la frente. Tomo aire unos segundos. La miro a ella, allí parada, de
espalda. El viento agita su abrigo negro y su pelo rubio.
- Llegas
tarde. – dice sin mirarme.
De nuevo
tomo aire. Miro el piso, busco algo en que sentarme. A mi lado veo una piedra
de la altura de un banco de cocina, me siento en ella.
- Al menos
discúlpate.- dice.
- Últimamente
se me pasa el tiempo muy rápido, y no sé en qué. Se me pasó el tiempo. – digo.
- Me hubiera
ido hace rato, no me gusta esperar, pero la vista de la ciudad desde aquí
arriba es hermosa.
- Es verdad,
no se le compara con nada. – digo mientras pongo la mirada al frente mío, en la
ciudad.
- No te
disculpaste.
Desvió la
mirada y la miro, ella también me mira. Al cabo de unos segundos ambos, de
nuevo, miramos la ciudad.
2. No sé si ya es de noche o todavía es de día. Todo
estaba oscuro cuando comencé a subir hasta la cima. El cielo está muy nublado y
hace rato parece que va a llover. Desde hace unos minutos el viento arremete
con fuerza contra los dos. Ella sigue allí parada, sin inmutarse de nada, creo
que hasta durmió un poco; vi que cerró los ojos y se demoró en abrirlos. Me
agradan esas chicas que no se preocupan por si están despeinadas, ella está
bastante despeinada.
Con el clima es imposible encender un cigarrillo, así que estoy algo ansioso.
- Me avisas
cuando quieras bajar, tengo frío.- digo.
- Y yo que
no quería subir, e insististe. No quiero bajar nunca, allá nada me espera. –
dice.
- Bueno,
supongo que aquí te espero yo.
- Te puedes
ir si quieres.
- Me quedo,
a mí tampoco me espera nada, solo tengo ganas de fumar y ya.
3. Al fin
comienza a llover. Ella y yo vamos agarrados de las manos corriendo por toda la
cima en busca de algún techo improvisado que nos ayude a escampar. Estamos
completamente empapados.
- La otra
noche tuve un sueño.- digo en el momento en que ella tiene un resbalón, cayendo
de rodillas y yo alcanzándola a arrastrar unos pasos hasta que se suelta de mi
mano.
- Me lo cuentas
luego, ¿vale? – dice incorporándose. No nota que tiene las rodillas raspadas y
que le sangran, pero yo no se lo hago saber.
Le ofrezco
otra vez la mano para que sigamos corriendo.
- Corre tú,
yo ya no quiero. Total, ya estoy mojada.- dice empezando a caminar, cojeando.
La abrazo. Camino
a su lado.
4. No
encontramos donde escampar y sigue lloviendo. En el trayecto hasta acá, en un
llano en medio de la cima, ella se resbaló tres veces más; a sus rodillas
raspadas y llenas de sangre se le suman sus codos lacerados y su frente con una
pequeña cortada entre una ceja y el ojo. La llevo cargada en mis hombros.
- Quiero
acostarme.- dice.
- No hasta
que pare de llover. – digo.
- Quiero
acostarme ya.
- No.
- Sí.
Ella empieza
a hacer una pataleta, con sus manos me da pequeños golpes en la cabeza. Con sus
pequeños dientes me muerde en el cuello; del dolor que me da esa mordida la
lanzo fuertemente y sin intención contra el pasto mojado. Cae de bruces y creo que
se parte la nariz, lo pienso por el sonido que hizo al caer.
Ella con
dificultad se da vuelta hasta quedar boca arriba. Extiende los brazos.
- Estoy
vuelta mierda, sabes.- dice.
- Y lo vas a
estar más si sigues allí acostada.- digo.
Abre la boca
y saca la lengua.
- Me gusta
recibir la lluvia con la boca abierta, sabes.- dice.
5. Nos hemos
quedado aquí hasta el amanecer. Ya no llueve. Por fin me pude encender un
cigarrillo. Ella está acostada en mi regazo y titirita del frío y del dolor que
tiene en su cuerpo. Respira con dificultad.
- A pesar de
todo sigo sin querer bajar de la cima de esta montaña.- dice.
Con mis
dedos juego suavemente con su pelo mojado. Le doy una bocanada al cigarrillo.
- Cuéntame
el sueño que tuviste y que me ibas a contar hace unas horas.- dice.
Sollozo, no
sé de qué habla.
- Los sueños
se olvidan, sabes.- le digo.